Me gusta la lluvia, al caer de los cielos
sin saber a donde va, sin tener ningún consuelo.
Y me gusta también tu boca de miel,
y esos ojos, negros, que no dejo de ver.
Ahora ya no me preocupa estar sin un norte,
sin rumbo fijo, sin algún soporte;
las cosas de ayer fueron buenas y también ajenas:
pensar que el beso que nunca se dio pudo haber cambiado
todo este año.
Me gusta también estar del otro lado, ser examinado
por tus ojos, en letras,
y mis pensamientos, mis ideas surgen justamente aquí,
cuando me acerco a ti,
cuando te acuerdas de mi.